“Trabajamos con información crucial, altamente sensible, que debía ser anonimizada y tratada antes de emplearla en la investigación para salvaguardar la privacidad de las víctimas y, en ocasiones, también su bienestar. No queremos que puedan ser identificadas”, ya que eso podría ponerlas en grave peligro. Así, gracias al loable y titánico esfuerzo del personal técnico a cargo, Janickyj y sus colegas no vislumbran ni un solo término que no debieran. “Se mantiene todo en un entorno de investigación seguro, ni siquiera podemos mover archivos fuera del perímetro de seguridad circunscrito, funciona de manera similar a un entorno virtual”.
Al ser preguntada sobre los datos sintéticos que muchas organizaciones y compañías emplean a la hora de nutrir sus investigaciones, la experta los descarta tajantemente. “En el caso concreto de nuestra investigación el valor añadido lo aportan las experiencias personales de las víctimas, queremos entender en una escala más amplia cómo podemos estar más cerca de hacer algo al respecto. En nuestro caso es importante contar con ejemplos de la vida real”.
Más es más
En materia de procesamiento del lenguaje natural y de la aplicación de la inteligencia artificial a la investigación científico-social, Janickyj defiende que se trata de “afinar” y “seguir desarrollando”. Así es como ella lo ve: “Hay ciertas cosas que la IA y los ordenadores son capaces de entender, otras cosas no son tan buenas todavía, pero hay que seguir insistiendo, continuar intentándolo”. A su juicio, una de las grandes dificultades tiene que ver con lograr que el modelo identifique el objeto de estudio correctamente y en encontrar el equilibrio entre el desarrollo del sistema informático y su coste. Y eso, concluye, solo será posible con el máximo grado de acierto, por lo que deben continuar remangándose y poniéndose manos a la obra.